Sin advertencia ocurre su voz de nuevo, la que dejó de ser en mis silencios rotos, la que se desvaneció por cobardía un tanto obligada y a ratos ajena, o que cegada calló por amor repentino.
No tiembles, préstame tu temblor y hazme sentir alivio!
El que me quitaste en días envueltos de sed, no. Mejor decirlo y honestamente, el que convertí en un coctel de dolor violeta, ausencia y la misma bendita sed.